Aquel titán de acero y cristal, baluarte de la eterna Belle Epoque con sus sillones de mimbre y sus pasamanos de ébano por los que las damas de la élite europea pasaban sus blancas manos, se erigía sobre la inmensidad del negro Atlántico, majestuoso, como bandera de la superioridad política, diplomática y cultural del hombre blanco sobre la faz de la Tierra. Rumbo al progreso topó con un gigante de hielo que condenó aquella mole occidental al descanso eterno en las profundidades, dos años después.La vieja Europa se embarcó en el imperialismo...